lunes, 8 de noviembre de 2010

Práctico "Marcuse y la cuestión de la felicidad" (segunda parte)

En la antigüedad, el problema de la felicidad se "ató" al placer inmediato. Sin la moral cristiana como yugo, el concepto de "espíritu", o de una "felicidad espiritual" (tal como la consideramos ahora, herederos de la tradición judeo-cristiana)...

Práctico "Marcuse y la cuestión de la felicidad"

"La felicidad es el deseo de repetir" (Milan Kundera)

La frase de Kundera quizás nos sirva para empezar a escarbar en el complejo y oculto tema de la felicidad, que debería preocuparnos a todos, y que seguro lo hace, pero que jamás nos detenemos a analizar, imbuidos como estamos en la vorágine diaria. Seguramente más de uno conoce a Kundera, es el famoso autor de la novela "La insoportable levedad del ser". En sus novelas podemos encontrar el problema del amor y de la felicidad constantemente, y siempre encastrado en esta época en la que vivimos, que por no tener un mejor nombre llamaremos "posmoderna". Las relaciones (parece decirnos Kundera en su obra) se han vuelto complejas, porque estamos atorados en un mundo descentrado, donde se perdió la noción de felicidad, donde, en definitiva, todas las nociones están juego, y los hombres y mujeres que somos arrojados al mundo intentamos construir los significados de las cosas como podemos. Es un mundo en el que actuamos y rara vez reflexionamos o sentimos verdaderamente, y sin embargo esa actuación es mímica, no producto de los individuos, sino de la masa, de la alienación que nos envuelve y no nos deja escapar. Actuamos sin saber para qué actuamos. Es un mundo material, en el sentido que Marx lo decía, y estamos atorados en esa materialidad que no construimos con conciencia sino que heredamos y copiamos para mantener el orden preestablecido en la sociedad.

Pero volviendo un momento a Kundera, ¿qué nos quiere decir con esa frase? Por empezar, pone en el tapete la cuestión de la felicidad, y nos asegura que es el anhelo por la repetición. Es muy interesante, porque vivimos en un eterno progreso, el mundo está diseñado para ir hacia adelante, para moverse hacia el futuro, los edificios se construyen para futuras empresas, el capitalismo siempre va hacia adelante, por más que ese devenir enfermizo nos lleve a la catástrofe, como afirma Adorno. Kundera, sin embargo, nos dice que felicidad es el eterno retorno (un concepto que él toma de Niesztche y que utiliza mucho en "La insoportable..."), el deseo de volver siempre, de detener el tiempo, de alguna manera, de salirse del devenir perpetuo, buscar un espacio aparte, porque (digámoslo sin miedo) la felicidad, como nuestra sociedad está planteada, es muy difícil de conseguir, por no decir imposible. Si la felicidad consiste en la repetición, en un tiempo fuera del tiempo, y vivimos en mundo que es puro devenir, entonces la cuestión de la felicidad entra en contradicción con nuestra forma de vida. Y aquí entra Herbert Marcuse, el gran filósofo de la Escuela de Frankfurt, heredero de una tradición notable, quizás la más poderosa de la historia occidental. Junto a Adorno y Walter Benjamin, entre otros, son filósofos de raíz marxista, que luego del fracaso de la Revolución Rusa comienzan a preguntarse qué es lo que falló. La Revolución ocurrió en ese país, pero fue un rotundo fracaso. En Alemania, el "pueblo", el proletariado, apoyó a Hitler, el mismo hombre que los llevó a la ruina. ¿Por qué? ¿En qué falló Marx? ¿Por qué la revolución no trajo felicidad sino pena? ¿Es sólo culpa del capitalismo y sus letales armas, o hay errores u olvidos en el mismo seno de la teoría marxista?

Marcuse, más que ningún otro filósofo de Frankfurt (a excepción de Erich Fromm, quizás), se planteará el problema de la felicidad. Dirá: "la revolución está bien, es necesaria, y debe producirse en los estratos materiales de la sociedad capitalista... ¿pero luego qué? ¿Para qué sirve una revolución si no conduce a un nuevo hombre?". Marcuse detectó que, una vez rotas las cadenas del capitalismo, el proletariado no tenía una identidad, digámoslo así, "cultural". El proletariado es producto del capitalismo, y cuando logra independizarse de éste sólo logra actuar como sus antiguos jefes. Veamos lo que pasa en China hoy en día. Se dicen comunistas pero actúan como capitalistas. Además de una raíz económica, hay un fracaso en la teoría marxista (dirá Marcuse) por dejar de lado la identidad del proletariado. Marx jamás se pregunta por la felicidad, lo suyo es pura lógica histórica, pura ciencia. De alguna manera, todos estos filósofos alemanes de posguerra intentan ir más allá de la "ciencia", y plantear problemas cotidianos, cercanos a la psicología más que a la economía, vinculados con el arte más que con las ciencias duras.

Marcuse, entonces, comienza a hacer un racconto histórico por el tema de la felicidad. Y descubre que es un tema que se planteó recién en la antiguedad, con los griegos, y que luego cayó en el olvido, especialmente cuando Kant planteó el reinado de la razón. Pero que, sin embargo, dado que el capitalismo, como ente y concepto, existe desde que el Hombre es Hombre, siempre se encontró en contradicción con la sociedad, y los filósofos nunca pudieron ver "más allá" de lo que les planteaba su entorno. Es interesante detenernos un segundo en esto, porque el mismo Marx será víctima de su tiempo. Y Lenin. Y tantos otros. De la misma manera que lo fue Kant. El caso de Smith es paradigmático: no lograba desentrañar los enigmas del capitalismo de tan imbuido que estaba en él; tuvo que venir Marx a decir que la injusticia era el mismo sustento del sistema; Smith jamás podría haber llegado a ese conclusión porque era parte del "sistema". Pero, al mismo tiempo, Marx jamás habló del después de la revolución. Sí detalló implacablemente el sistema capitalista, y estableció pautas para la toma del Estado y su desaparición, pero (como dice Marcuse) ¿para qué? ¿Para que otro Estado totalitario viniese, pero esta vez dominado por los trabajadores? ¿Quiénes son los trabajadores? El ex presidente chileno Ricardo Lagos dijo una vez: "hoy, ser socialista es proponer que todos podamos ser como Bill Gates". Es una definición muy acertada. En el fondo, todo progresismo actual tiene como meta final la redistribución del ingreso; esto es: que los ricos cedan un poco y que los pobres no sean tan pobres. Ya ni siquiera hablamos de revolución económica, mucho menos de revolución cultural. Hoy la filosofía está casi desprendida de la política. El sueño es que todos podamos tener dinero, o casi todos, que el capitalismo sea lo menos dañino posible, lo cual es quizás una quimera a la que nos aferramos para no caer en el vacío. Pero si esto ocurriese, si todos pudiésemos ser Bill Gates (que no es otra cosa que el tan cacareado "sueño americano"), ¿no estaríamos acaso igual que ahora, en el fondo? Todos tendríamos autos cero kilómetros, viviríamos en casa lujosas, pero nuestra vidas seguirían soportando el perpetuo vacío de una existencia alienada. Nos preguntaríamos por el amor y la felicidad, y aún así obtendríamos un silencio atroz como respuesta.

(fin primera parte)


JERÓNIMO MORETTI